martes, agosto 11

Fisgoneando las ollas antes del almuerzo


Conocí a una mujer del ’34. En el ‘34. Ella en el ‘34 ya tenía veinte años. Yo soy del ‘89 y para el ‘34 ya tenía quince. En verdad es como si yo fuera del 2009 y sólo estuviera con ella en el ‘34. Hablamos, pero nos cuesta. Nuestros diálogos parecen obras de teatro: cada uno sabe cuando tiene que hablar, y si alguno falla se lleva una admonición (terrible cuática). Algunas veces comemos juntos, pero a mí no me gusta mucho, me siento incómodo inmerso entre tanta formalidad dirigida. Lo que si le gusta mucho es caminar, en el día en la noche en la cama en la ducha sobre el agua sobre las cartas debajo de las puertas en las puertas. Y yo la acompaño con un silencio sepulcral, porque le gusta caminar en el día en la noche en la cama en la ducha sobre el agua sobre las cartas debajo de las puertas en las puertas, pero sin hablar, óyeme bien: ¡sin ninguna palabra! También le agrada leer, pero tiene la mala costumbre de sacarle las hojas finales a los libros luego de terminarlos, sobre todo para que otras personas no puedan leerlos íntegramente y después que pasan los años y es ella quien quiere releerlos, les inventa un final, como en este caso, en este final de un libro que habla de finales, de finales sin principios, de principios perdidos, huachos, de huachos en una búsqueda desesperada, de desesperaciones con forma de oreja, como yo, porque si ustedes esperaban que les hablara de mí, lamento decepcionarlos, pero yo vine a hablar de ella, de la mujer del ‘34, de todo lo que me dijo mientras comíamos e intentábamos hablar, mientras caminaba y me decía cosas con la mirada y con el pie izquierdo, y es que llegué a conocerla tan bien que cuando murió y dejó el final del libro inconcluso, no pude más que continuarlo, aunque –y lo digo totalmente avergonzado- no lo leí entero y sólo traté de contar en tres cuartos de página cómo fue mi vida con ella durante el ‘34, es como si hubiese lanzado los recuerdos en una página en blanco con cola fría, con yogurt de frutilla, y así quedó.